martes, 19 de agosto de 2008

Reencuentro


A Carlos, el poeta que hizo posible el reencuentro,
Estaba buscando a Jabès como quien busca un árbol diminuto en el bosque de la memoria
Durante mucho tiempo perseguí a ciegas el nombre de aquel a quien amaba
Aquel a quien leía en los duros inviernos de Francia
Las estaciones cambiaron y la primavera ocultó su nombre fruto de un deshielo
En otoño volvieron los ecos de un vago recuerdo. Busqué entre las sombras. Pero los nombres eran enredaderas que avanzaban sin destino. Cada palabra era una sombra de otra sombra. Y su nombre había desaparecido. Así olvidé al egipcio, como olvidé su origen egipcio. Y luego vino el olvido del olvido. Un día ya no sabía que había olvidado el nombre del poeta Jabès, cuyo nombre al pronunciarlo es como decir que olvidé al judío Yavhé. Olvido de los dioses.
Freud diría que un trauma se cobra siempre un chivo. Un chivo expiatorio fue quizá este poeta judío, de mis duros inviernos de Francia, cuyo olvido trajo como consecuencia su olvido.
Sin referente, nadie pudo ayudarme en el recuerdo. Las personas no podían pronunciar un nombre del que tan sólo recordaba un dato: era judío.
Y se sucedieron primaveras, un ciclo y otro ciclo. Y olvidé completamente mi olvido.
Anoche regresó su nombre tras 5 largos años de exilio. No vino del verde laberinto de mi memoria sino del azar artificioso que con amabilidad me devolvía un gesto. Un poeta chileno me hablaba a través de la pantalla. Un poeta al que una noche de aquellos fríos inviernos de Francia le pronuncié el nombré de Jabès. Un laberinto. Su nombre enredado a los miles de nombres que aquel invierno pronunciamos entre el frío y el vino solidario de las noches sin estrellas. Y entre todos los nombres, escribió en la pantalla el nombre de Jabès, provocando en el bosque del recuerdo el árbol completo, el árbol perdido: Edmond Jabès.
Así pasé la noche en vela, releyendo, como quien descubre en un baúl arrinconado las cartas de un amante lejano al que el tiempo ha diluido. Y sus versos me llevaron a recordar lo que fui, lo que soy y lo que aún no he sido.

Para los que aún no lo han leído, aquí dejo un poema suyo:
Y Yukel habla...
Y Yukel habla:Te busco.El mundo donde te busco es un mundo sin árboles.Sólo calles vacías,calles desnudas,el mundo donde te busco es un mundo abierto a otros mundos sin nombre,un mundo donde no estás, donde te busco.Están tus pasos,tus pasos que sigo, que espero.He seguido el lento caminar de tus pasos sin sombra,sin saber quién era yo,sin saber a dónde me dirigía.Un día estarás.Será aquí, en otro lugar,un día como todos los días en que estás.Será, tal vez, mañana.He seguido, para llegar hasta ti, otros caminos amargosdonde la sal quebraba la sal.He seguido, para llegar hasta ti, otras horas, otras riberas.La noche es una mano para quien sigue la noche.De noche, todos los caminos caen.Era necesaria esa noche en que tomé tu mano, en que estábamos solos.Era necesaria esa noche como era necesario ese camino.En el mundo donde te busco eres la hierba y el deshielo.Eres el grito perdido en que me extravío.Pero también eres, ahí donde nada vela, el olvido hecho de cenizas de espejo.

sábado, 19 de julio de 2008

Terpsícore


A mis queridos Franz, Robert y Richard,

La belleza es sólo esa mirada capaz de atravesar los compases del tiempo…





viernes, 18 de julio de 2008

Sueño de una noche de verano

El barrio está vacío, como si un huracán se los hubiera llevado a todos, porque aunque lo nieguen, a los ingleses también les asusta la lluvia y les lleva a encerrarse melancólicamente detrás de sus cristales. Puedo verlo cuando camino por St. John’s Wood, el precioso barrio que surge al noroeste de Regent’s Park. Camino tal y como hay que caminar: despacio. Porque así el paseo es verdaderamente un paseo, como decía Walser, que hizo del pasear un arte para el pensamiento. Parece simple pero en realidad no lo es. Uno tiene que concentrarse, sobre todo al principio, porque nuestro ritmo es el ritmo del galope aunque no tengamos prisa ni destino prefijado. Salgo de casa y echo a correr. Entonces me doy cuenta y retrocedo. No, no me equivoco. No quiero decir que ralentizo el paso, sino exactamente lo que he dicho: que retrocedo. Regreso a la puerta de Garden Court y empiezo de nuevo. Voy a dar un paseo verdadero. Y esta segunda vez las cosas han cambiado. Ahora veo las casas con todos sus matices y con todos sus secretos. El barrio está profundamente silencioso, solamente mis pasos, la lluvia y el murmullo de mi monólogo interno hasta que tropiezo con el murmullo interno que imagino tras las cortinas de ciertas ventanas. Concretamente, quiero hablar de una. La ventana del número 6 de Alma Square. En mis falsos paseos también noté su presencia pero estaba demasiado ocupada con mi prisa ilusoria. Pero, ¿qué dice esa ventana? Dice: aquí he creado mi espacio, aquí soy yo y soy bella en mi recóndito secreto. Además, enrojezco por la noche gracias a que mi espacio es un espacio perfecto.
Suelo acercarme siempre a oler las rosas que hay en todas las casas, pero hasta ahora nunca me he atrevido a acercar mi nariz hasta las rosas del número 6 de Alma Square. Una especie de respeto me detiene. Como si toda ella dijese: no te acerques, soy intocable en mi espacio perfecto. Anoten, he dicho "respeto".No es en absoluto una casa imponente, ni siquiera es la más bella o lustrosa del barrio. Es más bien tímida, grisácea, medio cubierta de árboles. Se diría que la negligencia de sus dueños es el arte de salvaguardarla del resto.

Esta noche de verano he recapacitado. La luz de esa ventana está ahí por algo. No hay más transeúntes. No hay nadie asomado desde ninguna casa. Nunca he entendido por qué la gente que goza de vistas magníficas, en lugares privilegiados de las ciudades, está siempre lejos de sus ventanas. Cuando paseo de forma verdadera por Madrid, me asombro de nunca ver a nadie tras los inmensos ventanales de las casas de la plaza Neptuno, nadie asomado por las ventanas del Palace, nadie en las hermosas casas de la calle Ibiza que bordean el Retiro, nadie en las terrazas del paseo del Prado. En París sucedía lo mismo. Ni un alma mostrando interés, desde la altura, por los secretos de allá abajo o por las inmensidades de allá arriba. ¿Dónde está esa gente? Sólo puedo reflexionar que sus vidas deben ser mortalmente aburridas si han perdido la esperanza de encontrar algo inigualable al lanzar sus ojos a través de sus ventanas. Pero éste es ya otro asunto. Volvamos a la casa de la calle del Alma. Me paro frente a ella. La desafío. Le hago preguntas molestas y acerco mi nariz hasta sus rosas. Me siento una heroína. En ese momento querría que todo el barrio de St John’s Wood se asomara a sus ventanas y me viera. Queremos ser invisibles salvo cuando estamos orgullosos. Queremos ser invisibles porque tenemos miedo de ser descubiertos en nuestros actos más torpes. Pero cuando la posible torpeza se transforma milagrosamente en hazaña, queremos que el mundo se dé cuenta de ello.

No obstante, no había nada de heroico en mi acto, solo podía cobrar sentido dentro de mi mitología y ésta queda totalmente fuera del alcance de los anónimos rostros que se esconden en su casa cuando llueve. Vuelvo a oler una de sus rosas y continúo mi paseo. Pienso que poseer esa casa es tan fantástico como poseer la luna o una terraza frente a la pirámide de Keops. Pienso en su propietario y en si será consciente de que tiene una terraza en un desierto milenario. Su propietario no debe ignorarlo; la casa de luz roja de Alma Square no es casual. Está allí por algo. Es de esa manera por algo. Sus rejas ennegrecidas se retuercen como las figuras diseñadas por Alphonse Mucha. Desde fuera percibo un dentro cuidadosamente desgastado, coloreado como un cuadro gótico. Imagino que allí solo puede vivir Morfeo, pero no un señor de los sueños cualquiera, sino el Hombre de Arena. El dueño de ese lugar solo puede tener cabellos negros y tez blanca. Por las noches nos regala sus libros y durante el día reordena su biblioteca. Así que yo voy a esperarle. Voy a pasear hasta que la noche esté tan dentro que al cruzar de nuevo su casa no tenga más remedio que invitarme adentro. Camino, doy vueltas circulares, segura de que mis pasos me dejarán de nuevo en el número 6 de Alma Square. Reconozco que me demoro porque me invade el miedo de que la luz roja esté ya apagada y el hombre de arena sea sólo un burgués que, aburrido de hojear el Daily Sport, se haya ido a la cama. Sigue lloviendo, pero apenas lo noto. Sólo al quitarme el sombrero veo que está empapado. La lluvia no es densa sino continuada. Cae como caen los segundos: suavemente y sin cesar, hasta que tu cuerpo está húmedo y tus cabellos grises.
-Te estaba esperando-, me dijo el hombre de Arena.
-Acabo de regresar de un viaje a Stonehenge-, mentí. -Y he venido a que me expliques qué soñaban los hombres de aquel tiempo.
-Soñaban que construían una terraza de piedras desde la que observar el futuro, respondió Sandman.
-Lo entiendo perfectamente, le dije.
-Ahora sí, pero mañana no lo entenderás, sentenció el hombre de Arena.
-No me importa, sólo he salido a pasear, añadí, y me fui, consciente de que ya había abusado demasiado del propietario del número 6 de Alma Square.

Como en los sueños, en mi camino de regreso, me pregunto por qué no le he preguntado tal o cual cosa, todas las curiosidades por las cuales me he acercado hasta allí y hasta él. Pero ya es tarde.
Solo he salido a pasear y pasear es una forma de soñar. Es como soñar. Hay que concentrase. Al principio parece difícil pero luego uno se acostumbra. Ya lo decía Walser: pasear es una forma de arte, como los sueños. Es terriblemente difícil dirigirse como uno debería porque hay que alejar la lógica de la realidad y expulsar los pensamientos cotidianos que nos enredan con su simpática impaciencia de querer controlar todo. Por eso, sé que esta vez no he soñado bien con el hombre del número 6 de Alma Square. No me he concentrado debidamente. La verosimilitud ha impedido que converse con Sandman y que me meta en su casa. Así que le he abandonado en medio de una absurda conversación. Tendré que volver a acostarme y empezar todo de nuevo, de la misma manera que tuve que retroceder hasta casa para realizar bien mi paseo.
En el origen está la clave del buen desarrollo de una trama.
Hay que asomarse a las ventanas de la plaza Neptuno y a los balcones de la rue St. Honoré. Hay que descorrer las cortinas que nos ocultan de la mirada del mundo. Hay que salir a pasear por St. John’s Wood en las noches lluviosas de verano. Hay que dejar que el hombre de cabellos negros que habita el número 6 de Alma Square termine de leernos su cuento y, entonces, estaremos sabiendo hacer lo que Robert Walser denominaba el verdadero paseo.
Por eso, ahora debería retroceder. No ralentizar mi paso, sino retroceder hasta la puerta de mi casa y hasta el umbral del sueño. Concentrarme en el salto que se da para escapar de la vigilia correctamente y adentrarse en el auténtico paseo. El paseo que, después, podrá ser contado si no se ha puesto uno a correr en el momento en que el hombre de arena o la lluvia han comenzado a caer como un murmullo sobre nuestras cabezas.

lunes, 14 de julio de 2008

Stonehenge

Me idolatráis porque, aunque estoy aquí, sabeís que pertenezco a otro lado cuya distancia es de milenios. Vosotros quereís sobrevivir pero yo soy el Tiempo, la Memoria, vuestro peso.

lunes, 7 de julio de 2008

Inglaterra en el Sur


Hay cuerpos que no aguantan la noche. Dominique sufre una patología nerviosa ante el invierno. No obstante, siempre elige el norte como destino para vivir. Sus inviernos son largas enfermedades empapadas de la ausencia de mar. Se agarra al calendario contando los minutos que quedan hasta el verano. La Rennaissance. La amplitud azul, el calor azul. En primavera sobrevive porque la esperanza de sol es, a menudo, más potente que el sol. Cuando vuelve al sur se jura que nunca regresará al norte, pero el final del verano viene siempre acompañado de una enfermiza nostalgia hacia aquellas ciudades, en parte, inventadas, y viaja de nuevo hacia ese placentero infierno de la historia europea. Allí enferma; todo su cuerpo es una fiebre anónima que tirita en su piel y se agota en los áridos museos, ante las grandes joyas preservadas, frente a las catedrales y las plazas tamizadas con esa lluvia persistente que hace del norte y, sobre todo, de Inglaterra, esa postal sublime y gris. A veces siente que es el final, que está llegando a algun sitio definitivo de su mente y que su cuerpo le está exigiendo una rendición. La entrega a las olas de agosto, al secreto milenario del sur. Un día concibió un proyecto: convertir el sur en un norte. Crear en el desierto, en esa tierra, en ese Dorado paisaje una nueva Europa. Tumbada en un sofá, mientras la lluvia cubre el barrio de St. John's Wood, imagina una enorme ciudad, una Babilonia a orillas del mar, con sus luces de tiempo y sus monumentos gastados. La imagina con todo el detalle posible, al estilo de un Praga o un Londres, y a la vez que aquella ciudad de espejos se eleva, una brisa cómica la deshace. Dominique sabe que su proyecto es imposible. No se puede construir Londres o París en una ciudad distinta a Londres o París. No se puede, a menos que se quiera duplicar el grosero error de un Las Vegas. Comprende que no es la vida, ni los museos o edificios, los parques o los ríos, lo que tiene que trasladar al sur, sino la Historia. Lo que ama de esas frías ciudades de la noche es su Historia. Pero la Historia pertenece al Norte, mientras que al Sur pertenecen el ahora y los días de luz, vacíos y sin historia, sin peso, como sus desiertos. Los paisajes lunares de Tabernas son la historia de un paso ininterrumpido de maravillosas nadas, que convierten al visitante en un privilegiado observador de la superficie lunar.

La historia es del Norte y el Paraíso del Sur.
Adán y Eva caminando sin pasado a sus espaldas, como esas siluetas alejándose en las calas de San José cuando cae el sol. Ese fue el último pensamiento de Dominique antes de deshacer Babilonia.
En el origen no hay memoria. En el origen, el paraíso es agua y fluye la luz sin peso.
La memoria son las sombras de la Historia que sostienen catedrales de tiempo y cielos inviolables.
Dominique tiembla de frío. - Es verano en toda Europa, pero en Inglaterra llueve.-
Sabe que debe volver al Sur. Sin embargo, coge su abrigo de agosto, su sombrero y su paraguas y camina hasta Trafalgar Square. Desde allí, unas nubes generosas permiten entrever la famosa torre del Parlamento, y el sonido de las campanas le recuerda los versos, por primera vez entendidos, de T.S. Eliot: "History is now and England", y lamenta estar atada a la historia de la noche como a la leve caligrafía de los días azules de Tabernas, vieja como la luna, y sin tiempo, como un instante de luz al que se vuelve una y otra vez.

jueves, 8 de mayo de 2008

Fingiendo escribir




Kandinsky decora el paisaje cósmico, las flotantes esferas. Klee subacuático regula el oxígeno en los mundos circundantes. Kandinsky del aire, Klee del agua. El universo Klee está relleno; el universo Kandinsky está compuesto.
El espacio Klee es carnoso, sin vacíos, sin tiempos muertos o completamente muertos. Hay un universo que está, que fluctúa imperceptiblemente. El universo Kandinsky está violentamente quieto, está por un instante pero abarcando un espacio del que huirá de inmediato. El universo de uno, es; el del otro, está. El espacio Kandinsky se hace presente mediante figuras. El espacio Klee es todas las figuras y ninguna. No hay fondo y figura. Hay fondo-figura.
En el espacio Kandinsky, donde no hay línea, trazo o figura, hay un vacío metafísico. En el espacio Klee no hay vacío: hay un todo metafísico. Vacío y Todo son la misma realidad metafísica. Una realidad que puede ser pacífica o angustiosa. Todas sus composiciones (las de ambos) son variaciones entre esos significados: Paz o Angustia.
De alguna manera, Kandinsky esconde mostrando en el vacío. Klee muestra escondiendo en el todo.

Nosotros, o algunos de nosotros participamos, conscientes o inconscientes, de una fluctuación semejante en nuestras vidas. Pero considerándolo un poco más, si hay un espacio, si hay un lugar, hay una fuga

et tout le reste n’est que littérature
ou condition humaine.


(Markus v. Hertenstein, La ínfima cosa)


Kandinsky: Tranverse line

Klee: Dream city


martes, 15 de abril de 2008

El vampiro o su sombra


Mi hermana ha amenazado con vampirizar mi blog. Y no sólo la creo sino que la temo. Toda aspiración sanguínea que se ha propuesto la ha conseguido. Actúa casi siempre de noche (nació en las tinieblas de una noche de marzo). Ya de niña solía cubrirse la cara para que no le diera el sol y cuando estábamos en la playa, situaba siempre su toalla tras la mía para que yo le hiciese sombra y los rayos no le oscureciesen su querida tez blanca. Sin embargo, todo el que nos veía comentaba lo morenita y guapa que estaba la niña y ay que ver qué pálida que está su hermana (o sea, yo). También recuerdo sus frascos aromáticos; los guardaba con enorme celo en un maletín, imposible de localizar pese a todas mis audaces exploraciones. Ella decía que eran pócimas para robar a los hombres sus pensamientos. Cuando yo le decía que eran simples frasquitos de colonia me miraba poniéndose bizca (algo que sabía que me aterrorizaba) y murmuraba que con esos frasquitos consiguió conjurar su nacimiento.
Si yo me doblaba un tobillo, ella se partía, al día siguiente, la pierna por cuatro partes, de manera que mi sufrimiento quedaba desvirtuado. Cuando a los 11 años tuvieron que ponerme gafas (episodio de lo más trágico en mi infancia), vi en la cara de mi hermana la amenaza de otro vampirismo y, no sé si con ayuda de sus frasquitos mágicos o de su insistencia en ponerse bizca, a las tres semanas, la estaban operando en Barcelona y tuvo que llevar un parche en el ojo durante muchos meses. Su mirada entonces se volvió perversa, ya que cuando nos cruzábamos por la casa, alzaba su ojo con gran superioridad y mis gafas quedaban reducidas a algo sin grandeza ni originalidad.
Luego vino mi varicela y ella, en lugar de contagiarse, como hacen todos los niños, cogió una escarlatina. Inmediatamente, mi enfermedad se hizo de lo más vulgar.
De episodios de este tipo, tengo plagada mi infancia y adolescencia. Si yo dibujaba un bosque en llamas, ella pintaba el Amazonas calcinado; si yo tocaba el piano, ella lo insonorizaba con una batería eléctrica. Si yo me iba a Londres, ella sacaba un billete para Nueva York. Reconozco que ha habido etapas en las que me he alarmado, como aquella en que me colgaba ajos en el cuello cuando ella me visitaba o abría despiadadamente las cortinas de su casa en las horas en que más jode el sol. Pero lo único que conseguí es que sus amigos me tomaran por loca. Mi madre, que nunca ha querido ni oír hablar del tema, dice que todo lo que me pasa es que tengo un trauma con su fecha de nacimiento. Nunca quiero pensar en ello, pues es el origen de todos sus actos. Pero ahora me amenaza de nuevo y si está decidida a putearme, lo hará; de la misma manera con que decidió nacer un cinco de marzo, es decir, el día de mi cumpleaños, vampirizando así mi diminuto cuarto aniversario, y transformando esa fecha única en la historia de todo individuo, en un duplicado sospechoso.

Mi hermana vive en el norte de Oslo y sus visitas a España suelen coincidir siempre con los meses de enero o febrero. No me pregunten por qué. Tenemos pocas noticias la una de la otra. No sé si es ella quien se esconde de mí o yo de ella, pero siempre he tenido la sensación de que me vigila con alguno de sus ojos. Vive en el oscuro norte junto a su segundo marido, un escandinavo blanquísimo. Su primer marido fue una de sus presas, estoy segura de ello. Sé que esto no tiene ninguna gracia pero tengo el deber de contarlo. No pude celebrar mi boda porque su marido murió de sobredosis el día en que yo me casaba. Todo se canceló, hasta mi noviazgo, que no sobrevivió a los mordiscos de tal broma.
Actualmente trabajo como intérprete de francés e inglés y debo confesar que desde que recibí la amenaza de mi hermana, mi frágil estabilidad se tambalea de nuevo. Normalmente, sabemos la una de la otra por medio de mamá. Por eso, cuando empecé a ver comentarios suyos en mi blog, surgieron mis sospechas. ¿Qué quería de mí? . En el fondo, nunca se refería a mis escritos sino que elaboraba allí, un discurso a modo de comentario, un discurso enorme como una sombra gigante. Un día, coincidiendo con una visita suya a España, me sentenció, justo cuando mamá salía por la puerta: -Voy a vampirizar tu blog- , y se puso bizca durante un segundo, pero fue lo suficiente para que yo me sintiera tan aterrorizada como a mis 10 años y gritase: -¡mamá, mira a la niña! Ante lo cual, ella y su novio, el blanquísimo escandinavo, se echaron a reír.

Regresó a Oslo y al poco, mis miedos se disiparon, ya que durante dos meses no aparecieron nuevas sombras en mi blog. Hasta el otro día, cuando me encontraba trabajando en Bruselas. Estaba agotada tras las más de 4 horas interpretando cuando me dieron un aviso de descanso. Fui a caminar un rato. Al cabo de una hora regresé y me colocaron en una cabina junta a Suecia. Me conecté para traducir a partir del inglés que salía de la cabina sueca. Entonces oí una voz que decía: Voy a vampirizarte. Pegué un pequeño grito que se debió escuchar en todas las orejas de los pobres oyentes anglófonos. Cerré corriendo mi audio e intenté ver la cara de al lado, pero las cabinas están tan protegidas como una prisión. Tuve que reconectar para que no se dieran cuenta de la ausencia de español, pero esa vez había otra voz, completamente distinta.
Aturdida, terminé como pude. Corrí luego hasta mi hotel, me di una ducha y abrí mi correo. Había un e-mail de ella: Lo ves, tonta, ya he vuelto a hacerlo. Y ahora, vampirizaré tu blog.

Sólo he querido contarlo para que sepan que tengo miedo y para que, si empieza a surgir aquí una narrativa extraña, como de los Cárpatos, vengan a buscarme a casa por si he muerto. Como a mi familia no puedo decírselo sin que piensen que he vuelto a la droga, o me digan que trabajo demasiado o que tengo un trauma con su fecha de nacimiento, confío a mis lectores la misión, aunque penosa, de salvarme o, al menos, protegerme de la sombra del vampiro.





Interpretando a de Quincey


Empezaba a preocuparme de los pequeños descuidos en mi vida cotidiana, desde lo puramente doméstico (mi casa es un caos) hasta el olvido de las tareas de lectura y escritura. Justifiqué lo primero, pero no sabía cómo justificar lo segundo, así que me dije que, últimamente, no hago sino traducir y traducir, interpretar a europarlamentarios y volverme loca por las noches soñando que interpreto a Kundera desde el checo, a través del inglés, mientras una señal desde el fondo de una sala me advierte de que, en breve, tengo que pasar al español a Monsieur X, el francés que intervendrá a propósito de los OGM (los transgénicos,). Se comprenderá que con tal escenario, mi cerebro no recibe el suficiente cariño literario que siempre le ofrecí y su forma de quejarse es paralizándome narrativamente.
Así que, guiada por tales reflexiones, anoche abandoné los estudios de polaco, las reglas de la oratoria del Parlamento Europeo, los malditos giros económicos anglosajones, la insufrible prosa periodística italiana (se merecen a Berlusconi de nuevo) y toda la jerga jurídica de nuestros vecinos franceses, para encerrarme en la biblioteca personal de Alberto Manguel y dejarme arrastrar por el laberinto de sus lecturas. Abrí al azar Diario de lecturas y me tropecé con esto:

“Si uno empieza a permitirse un asesinato, pronto no le da importancia al robo, del robo pasa a la bebida y a la inobservancia del día del Señor, y se acaba por faltar a la buena educación y por dejar las cosas para el día siguiente

T. de Quincey.

¿Cómo se puede decir algo tan aristocráticamente irónico, malicioso y moralmente travieso? Así que para Sir Thomas de Quincey, yo ya habría llegado a lo peor, descuidando las cosas cotidianas. Entonces, sólo me quedaba recordar en qué momento cometí el asesinato.
En cualquier caso, su macabra broma me aterró y me dio por sospechar si, en mi caso, el fiambre no habría sido la propia literatura.

jueves, 3 de abril de 2008

Herman, Paul y sus monstruos



No hacer absolutamente nada,
que es la cosa más difícil del mundo,
la más difícil y la más intelectual

Oscar Wilde





Siempre lo he citado pero cuando tenía la oportunidad de leerlo, simplemente, y muy al caso, prefería no hacerlo y acababa depositándolo de nuevo en la estantería. Hasta que un día lo abrí. Durante gran parte de la lectura de Bartleby el escribiente me ha acompañado la imagen de otro gran nihilista: el señor Teste; ese monstruo valéryano que siempre prefería no hacer, y no porque no supiera qué hacer o cómo hacer, sino porque prefería no escoger.
Esta forma de negación, de parasitismo, condujo a la muerte a ambos personajes. Entre Bartleby y Monsieur Teste hay una palpable semejanza pero también un abismo profundo. El nihilismo de uno es radical, el del otro es imperfecto, ya que en la negación de la vida de Teste hay una suerte de idealismo, aunque de lo más profano. Si en Bartleby existía una causa que justificase su actitud, la ignoramos, no se nos dice, lo cual convierte a este personaje en alguien sobrecogedoramente sospechoso. ¿Quizá intuimos en su silencio una verdad horrorosa que no se hace explícita, que no se nos quiere decir?
De Monsieur Teste conocemos, sin embargo, casi todo. El señor cabeza justifica su existencia parasitaria mediante causas filosóficas, ante las que podemos o no estar de acuerdo. Para Teste la infinita posibilidad de elección vuelve imposible la decisión. Sólo los necios no comprenden este hecho y actúan. Él no quiere pertenecer a esta saga: la estupidez nunca fue mi fuerte, nos advierte de primeras.
Para Teste, el acto es imperfecto. Y esa radical afirmación de lo perfecto (que sólo podría ser lo que no está en la vida) lo convierte en nihilista imperfecto. En el reino del intelecto, de las ideas – ese lugar idealizado de las posibilidades infinitas – todo queda a salvo de una muerte inevitable y paradójica: la muerte de darles vida.
De esta manera, Teste ha entrado en el terreno de la inacción, pues quien está en la nada como pureza, está en el infinito nulo.
Teste muere de un idealismo nihilista. Bartleby muere como un auténtico nihilista. No el que se destruye afirmando su rechazo a la vida sino el que, negándola, decide no ponerle fin y dejarse estar. Morir o no morir están en la misma jerarquía, porque para Bartleby no hay jerarquías. Para el señor Teste negar la vida es un acto jerárquico vital.

sábado, 29 de marzo de 2008

Esperanza bajo la ruina


A mi hermana Carmen,

Cuando los árboles caigan muertos sobre las tumbas
Cuando siniestras aves vuelen sobre Pompeya,
Cuando suenen viejos valses, risas inaudibles,
Volverá la sombra prisionera desde la inmensa llanura
Y desatada del ritmo que contiene la vida,
Escribirá de nuevo la Historia
Y cada mañana, cada noche
Regresará precisa a su lugar.


Dibujos de Carmen Ruiz de Apodaca.




jueves, 27 de marzo de 2008

El universo de aracne

"Ninguno lo entendéis. Yo no estoy encerrado aquí con vosotros. Vosotros estáis encerrados aquí conmigo"

Joseph Kovacs (más conocido como Rorschach)



Dibujo de Richard G.

miércoles, 19 de marzo de 2008

84 Charing Cross Road


Otra biblioteca descubierta. Llevo una semana sin dejar de tropezarme con bibliotecas fantasmagóricas que realmente existen. Hace unos días, escribía sobre la Library of Unwritten Books, en EE.UU. Anoche hallé 84 Charing Cross Road. Yo iba a mi biblioteca a por nuevas presas, cuando me tropecé, en la sección inglesa, con el título 84 Charing Cross Road. Inmediatamente llamó mi atención, ya que por esa calle pasaba yo todos los días este verano y, además, siempre cabreada. Acababa en ella porque me perdía cada vez que salía de Lescester Square en busca de una calle donde quedaba a menudo. Así que, cada vez que creía dar con mi destino y en su lugar encontraba el nombre Charing Cross Road, daba una patada en el suelo y soltaba un “me cago en la puta”.
El libro estaba en una edición de Anagrama y en su portada traía la foto de la dichosa calle, con una biblioteca llamada Marks & Co. Sin pensarlo lo saqué y esa misma noche lo empecé y lo acabé. Como suele pasar con esos libros de los que nada sabes y coges con cierto recelo, más motivada por su portada y sus recuerdos que por el conocimiento del autor, me llevé una inmensa sorpresa. Helene Hanff, su autora, decidió publicar la correspondencia que desde Nueva York mantuvo, a lo largo de veinte años, con la librería londinense Marks & Co, a la que solicitaba títulos que no podía conseguir en su país. Una biografía hecha a partir de la biblioteca personal de uno (tal y como Borges sugería), en este caso, la de la excéntrica Helene Hanff, escritora sin éxito de guiones para teatro y televisión, hasta que publica esta correspondencia y, casi sin esperarlo, salta a la fama.
Y yo me preguntaba, ¿cómo no he dado antes con ella? ¿Por qué el mundo no me la había nombrado? Pero abriendo un par de webs, al día siguiente, me enteré que de su librito se hizo una película protagonizada por Anne Bancroff y Anthony Hopkins. Entonces comprendí que, quizá, era yo la única para quien Charing Cross road era sólo el nombre de la puta calle en la que me perdía. Ahora, ya no lo será más. Hasta estoy deseando volver allí para pedirle disculpas a la calle e introducirla en mi lista de mitobibliotecas, junto con las Shakespeare & Co, las Brautigan o las Sandman…


Imprescindible para los que mitificamos ciudades

lunes, 17 de marzo de 2008

Soy una bocazas.


Hoy he estado a punto de ganarme un palizón. Si no llega a estar a mi lado mi querido novio y algunos agentes de policía, de allí, de la calle Puentezuelas, no salgo viva.

No es la primera vez que algo así me pasa. Es casi un ritual ya de mis Semanas Santas. Lo peor de todo es que yo no busco provocar, en realidad soy bastante cobarde y la gente, debo reconocerlo, siempre me ha dado la mar de miedo. El caso es que intentaba yo llegar a mi casa cuando, de pronto, me vi atrapada en medio de una masa humana frenética, que no estaba dispuesta a hacer un pasillito para dejarme pasar, del miedo a perderse la salida de alguna gloriosa virgen o perder de vista el cucurucho de algún penitente. Sin protestar, lo juro, fui haciéndome paso, pero mi tarea era más ardua que la del mismo Sísifo. Y para colmo, yo que había condescendido en no protestar, empecé a escuchar en mi oreja las quejas de esta tropa enfebrecida de incienso: Qué manía con querer pasar!, se atrevía a decir una señora con 40 crucifijos colgados al cuello. Seguida del eco de otras beatas con bolsas de supersol "No tendrán otro sitio"? Ahí no pude más y dije, arrepintiéndome al instante: "Yo sólo pretendo llegar a mi casa, ustedes son las que han ocupado las calles como una panda de fanáticas..." y antes de que me diera tiempo a callarme, se levantó un abucheo creciente hacia mí, que se extendía por varias filas. Creo que me habrían dado un palizón de no ser por la policía, aunque más bien, creo que fue la presencia de mi novio, que me agarró y sacó fuertemente de allí, la que impidió la masacre. En fín, estyo segura de que hasta la poli habría contribuido en lincharme. Y es que no puedo callarme la boca. Cuando salí, iba pensando en lo que debería haber continuado diciéndoles: "ustedes tienen permiso oficial para ser unos fánaticos una semana, pero dejen a los simples mortales vivir"y también hubiera querido añadir que sus procesiones ni siquiera poseen atractivo, que se han quedado demodé y huelen a rancio. Y que son, además de macabras, Kitsch, pero ésto último, encima, ni siquiera lo habrían entendido. Afortunadamente no dije nada, porque como he dicho, soy muy cobarde. Pero no es la primera vez que me libro por los pelos.

Otra Semana Santa, En Almería, iba yo con otro novio mío (parece que siempre abro la boca con ellos cubriéndome las espaldas) cuando me vi de nuevo atrapada, frenada, sin posibilidad de avance. Estaba pasando justo el Cristo yacente con toda su sangre y sus pies con clavos. No tenía más remedio que mirar y no pude evitar el comentario a mi novio, por lo bajo (pero no voy a negarlo, consciente de que la señora de delante lo podía oir), de que los cristianos en el fondo eran unos macabros, y que no contentos con exhibir abiertamente su canivalismo en el acto de la comunión, paseaban también a su muerto lleno de sangre por las calles, lleno de desgarradoras heridas. Macabros, repetí, no hay otra palabra.

Por supuesto la reacción fue inmediata, y si no llega a estar mi novio para sacarme de allí, acabo envuelta en una absurda discusión teológica con una creyente desaforada, que por supuesto, no habría dudado en llegar a las manos.


Así que como no hemos hecho sino empezar la Semana Santa, he decidido hacerme con un horario de desfiles, para no tener más altercados y, para redimirme de la culpa por bocazas, he sacado El evangelio según Mateo de Pasolini, obra que a todo el mundo aconsejo.


Bye.

Un poema de Francis W. Bourdillon

The Night Has A Thousand Eyes

THE night has a thousand eyes,
And the day but one;
Yet the light of a bright world dies
When day is done.
The mind has a thousand eyes,
And the heart but one;
Yet the light of a whole life dies
When love is done.


Este es su poema más famoso y que no merece la pena traducir pues cualquiera con mínimas nociones de inglés lo entendería. Intenté una traducción pero la simplicidad del bello poema se va literalmente al carajo con la no -rima española.

Fue poeta (1852-1921), pero también un excelente traductor de obras francesas.

Me llamó la atención el título porque inmediatamente pensé en Borges y las metáforas, tantas veces comentadas por él, sobre la noche y las estrellas, sobre todo, a través de los poetas ingleses. ¿Quién no recuerda a ese "monstruo hecho de ojos" , imagen de la noche?

viernes, 14 de marzo de 2008

Una curiosidad para incrédulos


Pues resulta que sí existe. Quizá algunos ya lo sabíais, o ni siquiera pusísteis en duda que la biblioteca de libros no publicados o nunca escritos, existiese de verdad. Yo, como lo leí en un libro de Vila-Matas, no le di crédito alguno y pensé que se trataba de un juego suyo, sin más. Me parecía demasiado literaria la idea de que en un lugar existiese una especie de anti-biblioteca o museo de libros rechazados por editoriales. De hecho, descubrir la existencia real de The Brautigan Library ha sido del todo azaroso. Mi británico esposo leía un libro de poemas de un tal Brautigan y se lo dejó encima de la mesa. Miré algunos de los poemas y acabé leyendo por encima la nota sobre el autor. Ahí me tropecé con la alusión a esa librería que lleva su nombre y con la razón de su existencia.
La idea nace de la ficción, exactamente de un libro de Brautigan, The Abortion: An Historical Romance 1966, en el que un librero y su novia tropiezan en San Francisco con una imaginaria biblioteca de ejemplares nunca publicados. Esta novela fue publicada en 1971, y en el 2002, Carolina Jupp y Sam Brown, inspirándose en esta obra, fundaban The Library of Unwritten Books, en Burlington, Vermont, en los EE.UU.
Así que es verdad. Pero lo mejor de todo es algo que sugerían en un artículo que leí días después en la web de Richard Brautigan. Que la idea de esa biblioteca está también en la gran obra de Neil Gaiman, Sandman.

Claro que sí, como olvidarlo. Los tomos que había en las estanterías del la librería del Señor de los sueños, Morfeo, eran volúmenes que sólo habían existido en los sueños de sus autores.
Allí en los reinos de Sandman se encontraba la verdadera Library of Unwritten books, ya que no sólo no pudieron ser publicados sino que ni siquiera fueron escritos.

Para acabar y a modo de curiosidad, en el catálogo de esta biblioteca de Burlington, en la que se acepta cualquier libro con la condición de que no haya sido publicado y que esté escrito en inglés, hay una sección especial de obras bilingües en la que podemos encontrar a tres hispanohablantes: Francisco Ruiz-Henao, con una obra sin título; Luis Serna, con Trade Union Experiences; y Rafael Ayala-Silva, con la obra Memories of a Soul.
Dicen que hay auténticas joyas entre tanto libro, pero para comprobarlo tendríamos que cruzar el Atlántico porque en la Brautigan Library, las obras ni se venden ni se prestan. Quien tenga curiosidad puede ir hasta allí, leer lo que quiera, volver a depositarlo en las estanterías y salir con las manos vacías.
Imagino que la imaginaria Biblioteca de Babel de Borges contiene en alguna región hexagonal tanto The Library of Unwritten Books, con todos sus volúmenes como los oníricos tomos del reino de Morfeo. Ellos, pero también sus falsas copias.

jueves, 13 de marzo de 2008

DIVÁN DE LOS INCRÉDULOS


Inventar, inventar, inventar. Una vez escuché unas graciosísimas declaraciones de Godard a propósito de la autoría de ciertas obras y la invención de personajes como Homero o Sócrates. Acababa diciendo que así como Platón se inventó a Sócrates pero firmó sus obras como Platón, Max Brod debería haber sido honesto y no firmar sus obras con el nombre de Kafka.
Pero, ¿realmente importa? Parece ser que a algunos les importa y demasiado.
Puede que Dios naciera ya muerto, pero el problema con los muertos que siguen en el mundo es que siguen funcionando como mitos y eso nos identifica con los que somos: creadores de literatura fantástica y también creadores de espectros.
¿Es eso malo o bueno? No es ni bueno ni malo; simplemente, es. Y plantearse otra cosa es indecente. Porque la decencia está en aceptar que son porque somos, y no al revés. Mis queridos Dorian, Hydes, Wilsons tienen su estado independiente y nadie les pide cuentas. Quienes lo hacen suelen acabar en algún Waldau o Herisau de algún lugar de los Alpes. Pero a Dios todo el mundo le pide cuentas. A él y a sus súbditos. Como a él no pueden castigarle, castigan a los otros, fieles o detractores. Deberían crear un ManiTeocomio pero parece ser que aplicar la literatura divina a la realidad (y fin justifica medios) es cascarilla. Eso sí, sin pasarse, porque a los Mesías nacidos después de C. se les da pasaporte a Herisau. Hay que tener un control. Dígame usted, Costello, un solo fundamento estable que justifique su creencia en Dios.

Entonces, Elisabeth, se pusó de pié ante el enorme auditorio y confesó:
“Me venía muy bien en ese momento la creencia en un dios, de la misma manera que hoy, uniéndome a muchos Bartlebys, digo “I should prefer not to”

Y santas pascuas.

viernes, 29 de febrero de 2008

La bailarina


Una bailarina extiende su mano y se hace el silencio en la sala. Su gesto ordena el mundo. Existe enteramente inundando el espacio y su existir es el instante del cuerpo al componerse. Escribo para reconocer mis manos y mis manos me responden en el interior de una línea trazada. El cuerpo extraña la grafía de la mente y la traslada. Se esfuerza por formar una catedral en el aire. Entre tanto, la bailarina dibuja una brisa con la espiral de sus piernas. Sentimos su tacto y su caída de nuevo a la arena del pensamiento. Lo escribimos para reconocer la tierra que rozamos con su danza.
Ahora está tumbada, tan inmóvil que, una palabra mal escrita, descompondría su sueño misterioso. Entonces callamos y esperamos el despertar de las hojas en sus gestos. Se agita bruscamente, todo su tronco es un árbol danzante que nos sacude el otoño de los ojos. A ratos nos pregunta por nosotros y la distancia que nos separa de su escenario es un océano silencioso de butacas alineadas. Cuando su danza acaba, la bailarina ya es sólo un cuerpo, y nosotros respiramos de nuevo la vida, la escribimos desde su margen, en nuestro cuarto, a través del recuerdo inventado de una sala, ignorando si hemos comprendido algo o si, por el contrario, no sabemos nada excepto rellenar como locos el vacío.

De la voluntad


Si me invento, debo llevarme a mi máxima consecuencia. De todas formas, no puedo ser sino lo que soy, y lo que podré ser sólo depende de la fuerza con que crea en lo que ahora soy. Entonces, -me dijo B.- ¿lo artificial es una técnica de perfección?
Yo no estoy para tanta metafísica, piensa sólo en los colores y luego asóciales unas cuentas letras.
Me esfuerzo, dice B, pero cuesta tener imaginación. A veces estoy puteado. El café se me quema, las tostadas saben a ajo, internet va lento, y encima llueve el día en que había decidido relajarme leyendo frente al sol. No soy un héroe, dice B. Las situaciones me superan. Soy pusilánime. No puedo ser de esos espíritus como Cervantes que al verse encerrado en prisión escriben una obra. A mí, la pereza y la incomodidad me revuelven. Soy un vago. Me extasio en la contemplación del tiempo y encima me asusto de su inmensidad.Quiero domesticarme, disciplinarme, ser-Otro- "El primer animal doméstico de Adán, después de la expulsión del paraíso, fue la serpiente". Tengo que ser malo. Pero con la eternidad...con eso sí que no puedo, tengo que inventarme una alternativa. Cabrón de Kafka, estaba liberando mi perniciosa inercia a pensar que el mundo se expande irremediablemente cuando me dijo: "-Idiota-, la eternidad no es, sin embargo, la cesación de la temporalidad; lo que resulta desalentador en la idea de lo eterno es la justificación, incomprensible para nosotros, que experimentará el tiempo en la eternidad, la justificación de nosotros mismos, tal como somos".

Me voy a la cama-dijo B- a pensar en los colores y a asociarles letras, dormirme de aburrimiento y echar unos rezos para que mañana el café no se me queme, internet vaya rápido, salga el sol, y entonces, el mundo me esté propiciando para ser malo y escribir o leer algo de provecho.

(Fragmentos de El diario de un autofascinado)