viernes, 29 de febrero de 2008

La bailarina


Una bailarina extiende su mano y se hace el silencio en la sala. Su gesto ordena el mundo. Existe enteramente inundando el espacio y su existir es el instante del cuerpo al componerse. Escribo para reconocer mis manos y mis manos me responden en el interior de una línea trazada. El cuerpo extraña la grafía de la mente y la traslada. Se esfuerza por formar una catedral en el aire. Entre tanto, la bailarina dibuja una brisa con la espiral de sus piernas. Sentimos su tacto y su caída de nuevo a la arena del pensamiento. Lo escribimos para reconocer la tierra que rozamos con su danza.
Ahora está tumbada, tan inmóvil que, una palabra mal escrita, descompondría su sueño misterioso. Entonces callamos y esperamos el despertar de las hojas en sus gestos. Se agita bruscamente, todo su tronco es un árbol danzante que nos sacude el otoño de los ojos. A ratos nos pregunta por nosotros y la distancia que nos separa de su escenario es un océano silencioso de butacas alineadas. Cuando su danza acaba, la bailarina ya es sólo un cuerpo, y nosotros respiramos de nuevo la vida, la escribimos desde su margen, en nuestro cuarto, a través del recuerdo inventado de una sala, ignorando si hemos comprendido algo o si, por el contrario, no sabemos nada excepto rellenar como locos el vacío.

1 comentario:

Antonio Almansa dijo...

me gusta su estilo, me agrada su modo de decir las cosas, y me gusta su fantasia del vacio.
yo ahora me callaré como el pícaro que busca su oportunidad...

hasta pronto

p.d. estoy atento a cualquier acción.
"expándete"