viernes, 29 de febrero de 2008

La bailarina


Una bailarina extiende su mano y se hace el silencio en la sala. Su gesto ordena el mundo. Existe enteramente inundando el espacio y su existir es el instante del cuerpo al componerse. Escribo para reconocer mis manos y mis manos me responden en el interior de una línea trazada. El cuerpo extraña la grafía de la mente y la traslada. Se esfuerza por formar una catedral en el aire. Entre tanto, la bailarina dibuja una brisa con la espiral de sus piernas. Sentimos su tacto y su caída de nuevo a la arena del pensamiento. Lo escribimos para reconocer la tierra que rozamos con su danza.
Ahora está tumbada, tan inmóvil que, una palabra mal escrita, descompondría su sueño misterioso. Entonces callamos y esperamos el despertar de las hojas en sus gestos. Se agita bruscamente, todo su tronco es un árbol danzante que nos sacude el otoño de los ojos. A ratos nos pregunta por nosotros y la distancia que nos separa de su escenario es un océano silencioso de butacas alineadas. Cuando su danza acaba, la bailarina ya es sólo un cuerpo, y nosotros respiramos de nuevo la vida, la escribimos desde su margen, en nuestro cuarto, a través del recuerdo inventado de una sala, ignorando si hemos comprendido algo o si, por el contrario, no sabemos nada excepto rellenar como locos el vacío.

De la voluntad


Si me invento, debo llevarme a mi máxima consecuencia. De todas formas, no puedo ser sino lo que soy, y lo que podré ser sólo depende de la fuerza con que crea en lo que ahora soy. Entonces, -me dijo B.- ¿lo artificial es una técnica de perfección?
Yo no estoy para tanta metafísica, piensa sólo en los colores y luego asóciales unas cuentas letras.
Me esfuerzo, dice B, pero cuesta tener imaginación. A veces estoy puteado. El café se me quema, las tostadas saben a ajo, internet va lento, y encima llueve el día en que había decidido relajarme leyendo frente al sol. No soy un héroe, dice B. Las situaciones me superan. Soy pusilánime. No puedo ser de esos espíritus como Cervantes que al verse encerrado en prisión escriben una obra. A mí, la pereza y la incomodidad me revuelven. Soy un vago. Me extasio en la contemplación del tiempo y encima me asusto de su inmensidad.Quiero domesticarme, disciplinarme, ser-Otro- "El primer animal doméstico de Adán, después de la expulsión del paraíso, fue la serpiente". Tengo que ser malo. Pero con la eternidad...con eso sí que no puedo, tengo que inventarme una alternativa. Cabrón de Kafka, estaba liberando mi perniciosa inercia a pensar que el mundo se expande irremediablemente cuando me dijo: "-Idiota-, la eternidad no es, sin embargo, la cesación de la temporalidad; lo que resulta desalentador en la idea de lo eterno es la justificación, incomprensible para nosotros, que experimentará el tiempo en la eternidad, la justificación de nosotros mismos, tal como somos".

Me voy a la cama-dijo B- a pensar en los colores y a asociarles letras, dormirme de aburrimiento y echar unos rezos para que mañana el café no se me queme, internet vaya rápido, salga el sol, y entonces, el mundo me esté propiciando para ser malo y escribir o leer algo de provecho.

(Fragmentos de El diario de un autofascinado)