Suelo acercarme siempre a oler las rosas que hay en todas las casas, pero hasta ahora nunca me he atrevido a acercar mi nariz hasta las rosas del número 6 de Alma Square. Una especie de respeto me detiene. Como si toda ella dijese: no te acerques, soy intocable en mi espacio perfecto. Anoten, he dicho "respeto".No es en absoluto una casa imponente, ni siquiera es la más bella o lustrosa del barrio. Es más bien tímida, grisácea, medio cubierta de árboles. Se diría que la negligencia de sus dueños es el arte de salvaguardarla del resto.
Esta noche de verano he recapacitado. La luz de esa ventana está ahí por algo. No hay más transeúntes. No hay nadie asomado desde ninguna casa. Nunca he entendido por qué la gente que goza de vistas magníficas, en lugares privilegiados de las ciudades, está siempre lejos de sus ventanas. Cuando paseo de forma verdadera por Madrid, me asombro de nunca ver a nadie tras los inmensos ventanales de las casas de la plaza Neptuno, nadie asomado por las ventanas del Palace, nadie en las hermosas casas de la calle Ibiza que bordean el Retiro, nadie en las terrazas del paseo del Prado. En París sucedía lo mismo. Ni un alma mostrando interés, desde la altura, por los secretos de allá abajo o por las inmensidades de allá arriba. ¿Dónde está esa gente? Sólo puedo reflexionar que sus vidas deben ser mortalmente aburridas si han perdido la esperanza de encontrar algo inigualable al lanzar sus ojos a través de sus ventanas. Pero éste es ya otro asunto. Volvamos a la casa de la calle del Alma. Me paro frente a ella. La desafío. Le hago preguntas molestas y acerco mi nariz hasta sus rosas. Me siento una heroína. En ese momento querría que todo el barrio de St John’s Wood se asomara a sus ventanas y me viera. Queremos ser invisibles salvo cuando estamos orgullosos. Queremos ser invisibles porque tenemos miedo de ser descubiertos en nuestros actos más torpes. Pero cuando la posible torpeza se transforma milagrosamente en hazaña, queremos que el mundo se dé cuenta de ello.
No obstante, no había nada de heroico en mi acto, solo podía cobrar sentido dentro de mi mitología y ésta queda totalmente fuera del alcance de los anónimos rostros que se esconden en su casa cuando llueve. Vuelvo a oler una de sus rosas y continúo mi paseo. Pienso que poseer esa casa es tan fantástico como poseer la luna o una terraza frente a la pirámide de Keops. Pienso en su propietario y en si será consciente de que tiene una terraza en un desierto milenario. Su propietario no debe ignorarlo; la casa de luz roja de Alma Square no es casual. Está allí por algo. Es de esa manera por algo. Sus rejas ennegrecidas se retuercen como las figuras diseñadas por Alphonse Mucha. Desde fuera percibo un dentro cuidadosamente desgastado, coloreado como un cuadro gótico. Imagino que allí solo puede vivir Morfeo, pero no un señor de los sueños cualquiera, sino el Hombre de Arena. El dueño de ese lugar solo puede tener cabellos negros y tez blanca. Por las noches nos regala sus libros y durante el día reordena su biblioteca. Así que yo voy a esperarle. Voy a pasear hasta que la noche esté tan dentro que al cruzar de nuevo su casa no tenga más remedio que invitarme adentro. Camino, doy vueltas circulares, segura de que mis pasos me dejarán de nuevo en el número 6 de Alma Square. Reconozco que me demoro porque me invade el miedo de que la luz roja esté ya apagada y el hombre de arena sea sólo un burgués que, aburrido de hojear el Daily Sport, se haya ido a la cama. Sigue lloviendo, pero apenas lo noto. Sólo al quitarme el sombrero veo que está empapado. La lluvia no es densa sino continuada. Cae como caen los segundos: suavemente y sin cesar, hasta que tu cuerpo está húmedo y tus cabellos grises.
-Te estaba esperando-, me dijo el hombre de Arena.
-Acabo de regresar de un viaje a Stonehenge-, mentí. -Y he venido a que me expliques qué soñaban los hombres de aquel tiempo.
-Soñaban que construían una terraza de piedras desde la que observar el futuro, respondió Sandman.
-Lo entiendo perfectamente, le dije.
-Ahora sí, pero mañana no lo entenderás, sentenció el hombre de Arena.
-No me importa, sólo he salido a pasear, añadí, y me fui, consciente de que ya había abusado demasiado del propietario del número 6 de Alma Square.
Como en los sueños, en mi camino de regreso, me pregunto por qué no le he preguntado tal o cual cosa, todas las curiosidades por las cuales me he acercado hasta allí y hasta él. Pero ya es tarde.
Solo he salido a pasear y pasear es una forma de soñar. Es como soñar. Hay que concentrase. Al principio parece difícil pero luego uno se acostumbra. Ya lo decía Walser: pasear es una forma de arte, como los sueños. Es terriblemente difícil dirigirse como uno debería porque hay que alejar la lógica de la realidad y expulsar los pensamientos cotidianos que nos enredan con su simpática impaciencia de querer controlar todo. Por eso, sé que esta vez no he soñado bien con el hombre del número 6 de Alma Square. No me he concentrado debidamente. La verosimilitud ha impedido que converse con Sandman y que me meta en su casa. Así que le he abandonado en medio de una absurda conversación. Tendré que volver a acostarme y empezar todo de nuevo, de la misma manera que tuve que retroceder hasta casa para realizar bien mi paseo.
En el origen está la clave del buen desarrollo de una trama.
Hay que asomarse a las ventanas de la plaza Neptuno y a los balcones de la rue St. Honoré. Hay que descorrer las cortinas que nos ocultan de la mirada del mundo. Hay que salir a pasear por St. John’s Wood en las noches lluviosas de verano. Hay que dejar que el hombre de cabellos negros que habita el número 6 de Alma Square termine de leernos su cuento y, entonces, estaremos sabiendo hacer lo que Robert Walser denominaba el verdadero paseo.
Por eso, ahora debería retroceder. No ralentizar mi paso, sino retroceder hasta la puerta de mi casa y hasta el umbral del sueño. Concentrarme en el salto que se da para escapar de la vigilia correctamente y adentrarse en el auténtico paseo. El paseo que, después, podrá ser contado si no se ha puesto uno a correr en el momento en que el hombre de arena o la lluvia han comenzado a caer como un murmullo sobre nuestras cabezas.
2 comentarios:
aplaudo¡¡¡¡
(que ganas de pasear contigo)
No ponerse a correr o no apagar el despertador que una sombra consciente puso para atrapar a la trama soñolienta.
Me encanta encontrarte en el laberinto de tus ficciones.
Publicar un comentario