
Hoy he estado a punto de ganarme un palizón. Si no llega a estar a mi lado mi querido novio y algunos agentes de policía, de allí, de la calle Puentezuelas, no salgo viva.
No es la primera vez que algo así me pasa. Es casi un ritual ya de mis Semanas Santas. Lo peor de todo es que yo no busco provocar, en realidad soy bastante cobarde y la gente, debo reconocerlo, siempre me ha dado la mar de miedo. El caso es que intentaba yo llegar a mi casa cuando, de pronto, me vi atrapada en medio de una masa humana frenética, que no estaba dispuesta a hacer un pasillito para dejarme pasar, del miedo a perderse la salida de alguna gloriosa virgen o perder de vista el cucurucho de algún penitente. Sin protestar, lo juro, fui haciéndome paso, pero mi tarea era más ardua que la del mismo Sísifo. Y para colmo, yo que había condescendido en no protestar, empecé a escuchar en mi oreja las quejas de esta tropa enfebrecida de incienso: Qué manía con querer pasar!, se atrevía a decir una señora con 40 crucifijos colgados al cuello. Seguida del eco de otras beatas con bolsas de supersol "No tendrán otro sitio"? Ahí no pude más y dije, arrepintiéndome al instante: "Yo sólo pretendo llegar a mi casa, ustedes son las que han ocupado las calles como una panda de fanáticas..." y antes de que me diera tiempo a callarme, se levantó un abucheo creciente hacia mí, que se extendía por varias filas. Creo que me habrían dado un palizón de no ser por la policía, aunque más bien, creo que fue la presencia de mi novio, que me agarró y sacó fuertemente de allí, la que impidió la masacre. En fín, estyo segura de que hasta la poli habría contribuido en lincharme. Y es que no puedo callarme la boca. Cuando salí, iba pensando en lo que debería haber continuado diciéndoles: "ustedes tienen permiso oficial para ser unos fánaticos una semana, pero dejen a los simples mortales vivir"y también hubiera querido añadir que sus procesiones ni siquiera poseen atractivo, que se han quedado demodé y huelen a rancio. Y que son, además de macabras, Kitsch, pero ésto último, encima, ni siquiera lo habrían entendido. Afortunadamente no dije nada, porque como he dicho, soy muy cobarde. Pero no es la primera vez que me libro por los pelos.
Otra Semana Santa, En Almería, iba yo con otro novio mío (parece que siempre abro la boca con ellos cubriéndome las espaldas) cuando me vi de nuevo atrapada, frenada, sin posibilidad de avance. Estaba pasando justo el Cristo yacente con toda su sangre y sus pies con clavos. No tenía más remedio que mirar y no pude evitar el comentario a mi novio, por lo bajo (pero no voy a negarlo, consciente de que la señora de delante lo podía oir), de que los cristianos en el fondo eran unos macabros, y que no contentos con exhibir abiertamente su canivalismo en el acto de la comunión, paseaban también a su muerto lleno de sangre por las calles, lleno de desgarradoras heridas. Macabros, repetí, no hay otra palabra.
Por supuesto la reacción fue inmediata, y si no llega a estar mi novio para sacarme de allí, acabo envuelta en una absurda discusión teológica con una creyente desaforada, que por supuesto, no habría dudado en llegar a las manos.
Así que como no hemos hecho sino empezar la Semana Santa, he decidido hacerme con un horario de desfiles, para no tener más altercados y, para redimirme de la culpa por bocazas, he sacado El evangelio según Mateo de Pasolini, obra que a todo el mundo aconsejo.
Bye.